Eran alrededor de las 16:30 cuando Michelle empezó a notar los primeros síntomas. Estaba moviendo muebles para limpiar el salón cuando, de repente, empezó a encontrarse mal. Se apoyó en la pared y se puso de cuclillas para recuperarse. Cuando intentó levantarse, no consiguió que su cuerpo respondiera. Trató de llamar a su marido para que le ayudase, pero no logró articular palabra.
Al encontrarla en el suelo, el marido de Michelle se puso nervioso, no sabía qué hacer. Llamó a su hija, que le dijo que llamase a una ambulancia. Michelle llegó al hospital alrededor de las 17:20, prácticamente inconsciente e incapaz de hablar ni mover la mano derecha.
Sorprendentemente, nadie actuó con urgencia en el hospital mientras esperaban para ver a un médico. Quizá porque Michelle no daba muestras de dolor y permanecía quieta en el servicio de urgencias, mientras se atendía a otros pacientes de mayor “gravedad”. El personal de enfermería no acudió hasta 6 horas más tarde y, al ver que sus síntomas no habían mejorado, llamó a un especialista. El especialista solicitó un TAC que mostró un ictus grave. Para entonces ya era demasiado tarde para administrar un tratamiento trombolítico y se inició un tratamiento de mantenimiento.
Tras pasar un mes entrando y saliendo de la UCI, trasladaron a Michelle a un hospital de rehabilitación del ictus. Dos meses más tarde, los familiares se alegraron cuando los médicos prepararon a Michelle para retirarle la traqueostomía. Hasta entonces, tenían que tratar de entender a Michelle leyéndole los labios, puesto que no podía hablar con la traqueostomía. Sus familiares apenas pudieron contener su decepción cuando, tras haberle retirado la traqueostomía, se percataron de que la mayoría de palabras que Michelle pronunciaba eran incomprensibles. El foniatra le diagnosticó afasia de Wernicke; Michelle podía hablar con fluidez, pero la mayoría de las palabras carecían de sentido.
Actualmente, Michelle está en su domicilio y ha dado muestras de una ligera recuperación. Ha logrado controlar sus defecaciones pero sigue llevando pañales por si acaso. Puede andar con ayuda y está empezando a peinarse con la mano derecha de nuevo; sin embargo, su capacidad de habla sigue viéndose extremadamente afectada.
El mayor impacto del ictus de Michelle es, principalmente, psicológico, tanto para ella como para su familia. Michelle recibe dos tipos de antidepresivos y, aun así, sigue sufriendo brotes de depresión intensa, que suelen expresarse mediante el llanto o arranques de rabia contra la primera persona que se cruce en ese momento. La vida, tal como la conocía, ya no existe; la persona que solía ser es solo un recuerdo lejano.
La gente que la conoce apenas la reconocen hoy en día. Michelle era una mujer dinámica, una profesora, esposa, madre y abuela muy estimada. Hoy en día es difícil de imaginar que esta mujer solía dirigir el mundo a su alrededor con tal firmeza.
Solo quedan preguntas sin respuesta. ¿Por qué tardaron tanto en el hospital en darse cuenta de que estaba sufriendo un ictus? ¿Cómo sería su vida si le hubiesen administrado tratamiento antes?
La misión de Angels es ofrecer la mejor oportunidad a los pacientes con ictus como Michelle para que salgan del hospital y puedan llevar la vida que llevaban antes. Los ictus deben reconocerse lo antes posible y tratarse como una urgencia. El tratamiento en una red de ictus organizada puede marcar la diferencia, y esta diferencia puede ser mayor de lo que imaginamos.